A veces ocurre que, simplemente oyendo el nombre de un lugar, aunque nunca hayamos puesto un pie en él, nuestra imaginación echa a volar y comienza a pintar los colores, a reproducir los sonidos e incluso a sentir los olores que encontraríamos si alguna vez viajásemos allí. Eso me ha pasado a mí siempre con Marrakech. Recuerdo que, siendo niña, una tía hizo un viaje allí y nos envió una postal. Cuántas veces la miré y soñé cómo podría ser el estar en un sitio que, a mis nueve años, me parecía lo más exótico que podía existir sobre la faz de la Tierra. Casi treinta años tuvieron que pasar para que aquella niña que soñaba con celosías y té de menta pudiera por fin sumergirse en la magia de la ciudad roja de Marruecos.
Menú
¿Por qué Marrakech?
Después de haber visitado otras ciudades de Marruecos, creo que Marrakech es el mejor punto de partida para iniciar el contacto con nuestro país vecino. Si Marrakech no te enamora, mal empezamos.
Si bien es cierto que no es una ciudad fácil, y que en muchos momentos puede llegar a aturdir la insistencia de los vendedores o presuntos guías, es probablemente la más bonita de las cinco ciudades imperiales de Marruecos, y obviamente la más turística. La oferta hotelera y gastronómica es muy amplia, y su centro histórico puede y debe recorrerse a pie. Su artesanía está preparada para cautivar al turista, es muy difícil resistirse. Eso sí, prepárate a regatear.
Es fácil saber por qué Marrakech recibe el nombre de ciudad roja. Tanto los muros que separan la medina del resto de la ciudad, como los propios edificios construidos dentro del recinto, tienen esta tonalidad rojiza, un respeto al color de la tierra que rodea la ciudad. La primera vez que vimos la muralla y los edificios que limitan el casco antiguo, tan perfectos, nos pareció que estábamos llegando al decorado de una película y no a una ciudad real.
Marrakech, con 1’5 millones de habitantes, es una de las ciudades más pobladas de Marruecos. Tiene dos partes bien diferenciadas: el casco antiguo o medina, que es la parte que se encuentra dentro de la muralla, y la ciudad nueva, fuera de ella, de estilo colonial francés y donde se ubican los edificios más modernos. El casco antiguo contiene la verdadera esencia de Marrakech, y está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
En nuestra escapada sólo nos movimos dentro de la medina, por eso todas mis recomendaciones de visitas y actividades pertenecen a esta parte.
Lo que no te puedes perder
La plaza Jemaa el Fna
Es el corazón de la ciudad y uno de los espacios exteriores más impresionantes de todo el mundo. Lo cierto es que no es un lugar fácil. El bullicio, los colores, los olores, la cantidad de gente, de puestos, de vendedores insistentes… puede llegar a abrumar a cualquier viajero. Necesitarás tu tiempo para adaptarte, pero una vez que lo consigas, te parecerá fascinante. En la plaza puedes encontrar desde encantadores de serpientes hasta tatuadoras de henna, comidas de todo tipo, bailarinas, contadores de cuentos, guías turísticos que ofrecen excursiones, puestos de artesanía, de zumo recién exprimido, encurtidos, monos… es una especie de gran mercado y circo al aire libre. Una auténtica y apasionante locura.
Podríamos decir que existen dos plazas diferentes, la del día y la de la noche. De hecho, si puedes elegir, te recomendaría que la visitases primero de día. A la luz del sol, la plaza está menos abarrotada, y es en esos momentos cuando se hace merecedora de su apodo, el teatro más grande del mundo. Pero al caer la noche, cada día, decenas de puestos de comidas se instalan en el centro de Jemaa el-Fna, y el humo y el olor de toda la oferta gastronómica se suma al resto de estímulos. La comida es realmente económica, desde los 10-20 dirhams (un par de euros), pero esquivar a los persuasivos mozos de los restaurantes se convertirá en una auténtica aventura.
Un buen consejo para iniciarse en la magia de Jemaa el Fna es comenzar por subir a una de las muchas terrazas panorámicas de bares y restaurantes con vistas a la plaza, para observarla y sentirla desde lo alto, antes de zambullirse en su vorágine.
Mezquita Koutubia
Es la más importante de la ciudad. Su alminar, de más de 70 metros de altura, se puede ver desde buena parte de la medina. Es una construcción del siglo XII que además esconde una curiosidad, y es que sirvió como modelo en la construcción del alminar de Sevilla (hoy la Giralda). Su parecido es más que razonable. Lamentablemente, la visita a las mezquitas en Marrakech está reservada para los creyentes, así que hay que conformarse con dar un paseo por los alrededores y admirar su arquitectura…
Te recomiendo sentarte a la sombra de las palmeras, en los jardines de alrededor, y esperar a que se produzca la llamada a la oración, un canto hipnótico tras el que podrás observar el desfile de los fieles que acuden a rezar.
Tumbas Saadíes
Se encuentran en el barrio de la Kasbah, uno de mis favoritos de la ciudad. Es uno de los edificios que no puedes perderte en Marrakech. Este conjunto de edificios alberga las tumbas de los príncipes más destacados de la dinastía saadí, quienes gobernaron en la época de mayor gloria de la ciudad, además de sus guerreros y sirvientes. Aunque el interior de las salas no puede visitarse, desde la puerta se observan las tumbas cubiertas de mosaicos de cerámica, así como la exquisita decoración de yeso de las paredes y techos. Además de admirar las estancias en las que se encuentran las tumbas, merece la pena dar un paseo por sus jardines, es una delicia y un remanso de paz en el ajetreo constante de Marrakech.
Precio: 70 DH (unos 6,70 euros)
Palacio El Badi
También situado en el barrio de la Kasbah, se trata en realidad de las ruinas de un antiguo palacio que en su día fue el más importante de la ciudad. También fue construido por la dinastía saadí, en la épica en la que Marrakech fue capital del reino. El conjunto está declarado Patrimonio de la Humanidad, y no es de extrañar. Sobre las ruinas de lo que en su día fueron fuertes murallas y torres, anidan hoy las cigüeñas. Varios estanques separan los patios y el juego de reflejos de los muros en el agua te hará dar la vuelta una y otra vez, admirando las distintas perspectivas.
Precio: 70 DH (unos 6,70 euros)
Palacio de la Bahía
Se trata de un edificio de estilo andalusí, prototipo de palacio urbano musulmán, que te trasladará a los patios andaluces, con su fuente central, sus plantas y sus mosaicos geométricos. Curiosamente, este palacio fue construido en el siglo XIX, bajo las órdenes de un visir como acto de amor a su esposa. De ahí su nombre, ya que la Bahía significa La Bella.
Precio: 70 DH (unos 6,70 euros)
Madrasa Ben Yousef
La palabra madrasa, en árabe, significa escuela. Y eso es lo que fue este lugar, una escuela coránica hoy convertida en museo. Lo que más valoro de la madrasa Ben Youssef es haberla encontrado, ya que se encuentra en medio de los zocos y estuvimos toda una mañana de idas, venidas y preguntas varias a los vendedores, que nos enviaban de una tienda a otra, hasta que por fin dimos con ella.
El edificio, de arte islámico, tiene un gran parecido con algunos edificios de Al-Ándalus. Para mí, es imposible no acordarse de la Alhambra al contemplar sus fachadas y decoraciones en yeso, mocárabes y elementos geométricos y vegetales. Está organizada en torno a un hermoso patio cuadrado, en mi opinión lo más bonito de todo el edificio, al que vierten las distintas estancias que se acumulan en torno a él.
Es probablemente, junto a las tumbas saadíes, el edificio más bonito de Marrakech.
Resulta imposible no imaginarse cómo sería estudiar en un lugar así, silencioso en medio del caos más absoluto, tan hermoso, que invita a la observación y la reflexión, con el fluir del agua como banda sonora… ¿Seríamos capaces de memorizar el Corán?
Precio: 50 DH (unos 5 euros)
El barrio de la Kasbah
Como ya he dicho, es mi barrio favorito en la ciudad. Dimos con él sencillamente porque nuestro alojamiento se ubicaba allí, y desde el primer momento nos encantó pasear por sus calles, mucho menos concurridas que las de la zona centro en torno a la plaza Jemma el Fna.
El barrio se articula en torno a una preciosa mezquita, la mezquita de la Kasbah, una de las más grandes de la ciudad. El encanto de este barrio se basa en la propia arquitectura de sus edificios, en la que el color rojo se hace protagonista, y en que es mucho menos turístico, por lo que una puede sentarse a tomar un té mientras observa el agitado ir y venir de los transportistas y comerciantes, las señoras que hacen la compra o los niños que juegan a fútbol en la calle.
Me pareció muy buen lugar para alojarse, ya que puedes llegar en coche hasta él, y es muy tranquilo tanto para comer o cenar como para tener la primera tomar de contacto con la ciudad.
Perderse en los zocos
Recorrer por libre los zocos es la verdadera esencia de Marrakech. Una actividad que resulta a la par atrayente, estresante, hipnótica, adictiva… Toda la artesanía de Marruecos aparece expuesta de forma magistral, en una mezcla de colores y aromas preparada cuidadosamente para que los viajeros y viajeras caigamos como moscas. Cerámicas, cueros, bisutería, cobre, madera, alimentos… los puestos se agrupan por zonas, ya que lo que llamamos el zoco es en realidad un conjunto de muchos. En algunas calles incluso se puede ver a los artesanos dar forma a los objetos.
Es cierto que en algunas partes del zoco, sobre todo en las más cercanas a Jemma El-Fna, la artesanía es un conjunto de souvenirs fáciles para que el turista caiga fácilmente. Y es que es difícil resistirse a los precios y no comprar regalos para toda la familia. Sin embargo, pateando las distintas calles, es cuando se encuentran las calles de los artesanos, el zoco auténtico.
Por eso, la mejor forma de visitar esta parte de la ciudad es dejarse llevar. Te advierto que ni la mejor aplicación GPS será capaz de ayudarte a orientarte aquí, y tendrás que confiar en tu sentido de la orientación y en la amabilidad de las personas que puedan darte indicaciones que no te lleven a su propio negocio… Te perderás y te encontrarás al menos una decena de veces. Para ubicarte, sigue los carteles a mano que en algunas intersecciones indican la dirección a la plaza. Irás a parar a ella una y otra vez.
Y sobre todo, prepárate a regatear. El regateo es algo habitual en África, y en los zocos de Marruecos alcanza su cénit. Tienes que rebajar descaradamente el precio que te piden, para después ir llegando a un punto de encuentro. Será una negociación dura, pero ten en cuenta que los vendedores están acostumbrados a ello, y no van a enfadarse porque tú ofrezcas demasiado poco. Simplemente, no te lo venderán. Eso sí, prepárate a morir de risa con todas las muletillas y chascarrillos que te soltarán acerca de España. Cualquier cosa con tal de que te lleves un recuerdo de una ciudad que no te dejará indiferente.
3